miércoles, 3 de febrero de 2010
William Ernest Henley
Soy el amo de mi destino soy el capitán de mi alma... comparte este espacio conmigo, recuéstate y mira al cielo, date cuenta que la bóveda celeste nos cubre con un gran manto estelar. Escoge una estrella y pídele un deseo. Se te concederá pero no olvides que el secreto es desearlo con fuerza.
jueves, 3 de diciembre de 2009
DESDE LAS BATALLAS FRÍAS
El último de los dioses
Olvidarnos y hacer a un lado la Voluntad tan despreciada por Schopenhauer es casi siempre abandonarnos a la razón angustiosa que nos carcomer las entrañas de la mente generando el mal como una necesidad lógica en la búsqueda a la razón de lo injustificable no encontrado en el libro que no ofrece dudas. Quién fuera ese bienaventurado capaz de llegar a la ceguera esperando la iluminación eterna donde los achaques al corazón no duelen más porque tu presencia magnifica la existencia. ¡Ay amor despiadado! Me guías con el suave movimiento de tu dedo... me haces, me deshaces y me rehaces a tu antojo generando nueva sustancia dentro de mi finito ser incapaz de negarte todo lo que a placer arrebatas. Cometer errores que no se comprenden porque el embelesamiento con las mágicas palabras de las mentiras, traídas de tierras lejanas, profetizan la liberación eterna a las ataduras corporales que la modernidad nos impone a través de la historia relatada más allá de libros, en los imaginarios añejados de nuestros abuelos. Ellos no entienden cómo sigo sin cansancio y directamente a tu altar para orar como un mosquito ante el sabio, ante el prudente. Las injurias y ultrajes cometidos desde hace 5000 años carecen de importancia ante tu mística divinidad.
La renovación infinita de muerte tras muerte me permite reconocer que mi alma sigue atada a la tuya y que cumpliré puntualmente mi oración dedicada a tu existir. Siete años son los que seguiré fielmente este compromiso porque sé que no todo está perdido. ¿Encontraré un día en algunos labios la respuesta a la constante interrogante que deambula dentro de mí? Quien quiera que seas ven ya, cúrame de esta terrible enfermedad de locura que me atormenta llevándome del éxtasis de la ignominia, a la locura de la razón, a la luz de la oscuridad. Quiero estar contigo aunque termine la noche y empiece el día, como la otra vez acariciándote todo el tiempo. Interiormente lucho batallas frías cuando descubro que todo es la invención de mi mente obnubilada por la idea de que tú estás a mi lado dirigiéndome en la senda de lo correcto, impidiendo tropezarme con tantas cosas ajenas a nosotros dos. El vértigo permanece constantemente en la disyuntiva de soltarme de ti, renunciar a lo que más se aprecia es el acto de que ni en la muerte con su resurrección me atrevería a experimentar.
Mutar, cambiar, transformar, disfrazarnos con máscaras irreconocibles para nosotros mismos pero familiares para los demás se convierte en la tarea realizada sin conciencia alguna entre todos los de nuestra especie. La nada y el todo, los dos sinónimos más antónimos que pocos entienden… ambos totalitarios, definitivos y a la vez pasajeros en el camino de la subsistencia y coexistencia. Pasamos del invierno crudo y frio a la cálida, colorida y alegre primavera. Nada es eterno y todo cambia como tú y como yo en esta historia que me he inventado. Hoy escribo, mañana leo, después no lo sé. Rezo sin cansancio, a cada palabra las vibraciones generadas en mi elevan mi temperatura para que mi piel muda grite por medio del sudor. Hasta ahora entiendo los rezos memorísticos que mi madre me hacía repetir cuando era niña, todas estas oraciones siempre habían carecido de sentido y nunca las había creído. Diferente de ayer es que hoy recuerdo lo que sentí por ti generando la energía necesaria para sentirme absurda en la realidad de mi sin ti.
sábado, 14 de noviembre de 2009
Noúmeno
Perder y vencer batalla tras batalla es la cotidianidad. El diario de un soldado en la guerra nos recuerda que es la violencia interna de la contingencia lo que el absurdo de la vida va pautando cada instante de paz y calma, de la poesía de la vida. Vamos escribiendo conforme vamos viviendo y no podemos parar, no queremos porque la renuncia no tiene cabida, significaría la muerte. Amar es el único verbo que contiene en sí mismo a todos los demás; amar es noúmeno que nos revela el mundo sensible y nos oculta el mundo de las ideas escapa a la conciencia para colarse en lo más interno de cada uno de nosotros y nos da siempre, la felicidad total y escurridiza como el agua que no podemos contener en nuestras propias manos y que sin embargo, su humedad deja rastros. Las apariencias moviéndose en círculos al final de la caverna somos nosotros mismos como personajes titíricos sin pensar, solo guiados por otro, por el noúmeno.
El mundo espiritual no es independiente del real, de la realidad y que, casi siempre inteligible, de pronto se vuelve obtuso y con nulas escapatorias; pareciera que las líneas de las manos nos tienen en verdad marcadas un destino tierno y enfermo que con sueños pesados vamos forjándonos día a día hasta llegar a nuestro último cautiverio. Los mensajes son precisos, contundentes, tristes, huecos y siempre llegan después del encuentro blasfémico al impedimento de besar la boca amada, deseada. Esperando que todo pase y que nada cambie. Y ante tanta crueldad nos levantamos porque sabemos que somos, con todas nuestras pasiones humanas y mundanas, parte del círculo asimétrico llamado vida. Extrañamente seguimos en la infatigable búsqueda de ser atravesados por el noúmeno prometido a cada uno por Dios al nacer, exigimos vernos reflejados en el otro para mimetizarnos en la lujuria sin remordimiento alguno y llegar al sublime instante de la conjunción perfecta, la unidad absoluta. Incomprensiblemente terminamos rodeados de los más raros bichos en los que nos vemos reflejados al igual que en el espejo, esperando solo el alba que nos indique el principio del fin para comenzar nuevamente nuestra infinita historia.